12 julio 2006

Las puertas

Golpean la puerta. Un golpe. Dos golpes. Tres golpes. Golpean fuerte. Con nudillos apretados. Quiero gritarles que no estoy. Que no hay nadie. Golpean otra vez. Esperan diez segundos y vuelven a golpear. Una. Dos. Tres veces. Golpean como si hubiera que romperle la nariz a la madera, romperle las cejas, la boca, cambiar a fruerza de golpes ese barniz transparente por pintura roja. Ninguno de los vecinos sale a decirles que no estoy. Siguen golpeando. Van a entrar. No tienen llaves pero van a entrar igual. Van a quebrarle todos los huesos a la puerta y van a entrar. Golpean otra vez. Me decido a abrir. Es mejor enfrentarlos. Golpean más fuerte. Una. Dos. Tres veces. Abro la puerta. No hay nadie. Nadie allí fuera. Nadie. Cierro la puerta. Siguen golpeando. Quiero gritarles que se vayan, que me dejen en paz, pero no tengo voz. Quiero salir a la calle, pero no puedo hacerlo. Golpean otra vez. Y otra vez. Si puediera llegar hasta sus puertas y golpear yo también. Golpear una, dos, tres veces sus puertas. Golpear fuerte a dos manos, con las rodillas y la cabeza y si es necesario patearla mil veces hasta que abran. Golpear esas puertas y desaparecer y volver a golpear y que no encuentren a nadie y gritrales que no hay nadie, que nunca hubo nadie en estas puertas que no dan a ninguna parte.

1 comentario:

YETI dijo...

Hay veces que me siento como si fuese yo el que golpea esa puerta...

Quizá debiera dejar de hacerlo...

Un saludo..